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  • Foto del escritorBelén

Los límites de la escritura

Actualizado: 5 sept 2021

El texto que trasvasa los confines de su propia lengua para renacer en otra sufre, por fuerza, una transformación. Sobre esta y otras cuestiones relacionadas con la profesión reflexiona un ilustre elenco de traductores literarios en el artículo Traducción literaria: el trabajo de llevar a otro idioma las páginas de una novela. Apareció en El Salto hace más de un año, aunque yo no he llegado a él hasta ahora. Es posible que en estas semanas nos crucemos otros similares, a medida que se acerca el 30 de septiembre, Día Internacional de la Traducción, que aprovechamos para recordar al mundo las estrecheces y los encantos de esta labor, los muchos quebraderos de cabeza que nos da y lo poquito que nos quejamos.


Detalle del Libro celestial, Xu Bing

Mutan palabras, estructuras sintácticas, puntuación o convenciones textuales para llegar a nuevos lectores, de otra geografía y, a menudo, de otro tiempo, muy diferentes de aquellos en los que se concibió una obra. En el caso del chino, además, se transforman los signos gráficos con que se materializa el lenguaje escrito: de caracteres a letras, y viceversa. El salto cualitativo es importante, y aunque en chino moderno, como sabemos, los caracteres no siempre representan ideas, su concepción, y sobre todo el efecto visual que producen, difieren de la concatenación de sonidos que representamos mediante el alfabeto.


Las implicaciones no tienen por qué ser dramáticas. A efectos prácticos, "hola" y "你好" pueden ser equiparables (tan iguales y, al mismo tiempo, tan diferentes; eso sin entrar en los 你们好, en los 大家好, ni si quiera, válgame Confucio, en los 吃了吗). En ocasiones, sin embargo, la diferencia importa y mucho, como tantas veces ocurre en traducción. En el ensayo Chinese Poetic Writing, François Cheng recurre a un verso del poeta Wang Wei (王维, 699-759), de la dinastía Tang, para recordarnos la fuerza visual de los caracteres chinos:


木 末 芙 蓉 花


En la punta de las ramas, florece el magnolio, traduce el propio Cheng. (Otras fuentes nos hablan de hibisco [puede que la traducción más exacta] o incluso de loto, aunque esta última imagen parece menos probable, al tratarse de una planta acuática.) Sin perdernos en el tipo de flor inmortalizada en el verso en cuestión, Cheng llama la atención sobre la simple contemplación de los caracteres, entendidos como signo visual, y sobre cómo las pinceladas nos conducen a través del proceso de floración: (1) el árbol desnudo; (2) sus extremos, como ramas; (3) la aparición de un capullo; (4) el capullo que abre; y, por último, (5) la flor, que contiene en sí misma la idea de transformación, 化. Ante nuestros ojos, concluye Cheng, Wang Wei recrea una experiencia mística. No es la explicación de un etimólogo ni de un lexicólogo, sino de un poeta. ¿Cómo recrear en una traducción a español ese escalamiento de pinceladas, el paso visual del árbol a la flor, si ni siquiera nos ponemos de acuerdo en el nombre de la planta de que estamos hablando?


El paso de letras a caracteres plantea, como no iba a ser menos, sus propios desafíos: ¿Cómo verter al chino la eufonía, la aliteración, el calambur? ¿Cómo traducir el gíglico del capítulo 68 de Rayuela? Leo que Chao Yuen Ren (Zhao Yuanren) vertió al chino el poema del Jabberwocky, de Alicia a través del espejo, inventando caracteres inexistentes para emular la sensación de extrañeza del original. Otra vuelta de tuerca, un regreso a ese elemento gráfico, visual y sugestivo de los caracteres chinos llevados al límite, a esa frontera, tan prolífica en China, entre el lenguaje y las artes plásticas.

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