Belén
De cómo la traducción actuó como catalizador en la reforma de la lengua china
Hace unos días, la Post Magazine, revista del South China Morning Post, publicaba este interesantísimo artículo sobre cómo el chino y otros idiomas asiáticos se han influido entre sí. En efecto, las lenguas son entes vivos, maleables y porosos, capaces de evolucionar y ampliarse, entre otros motivos, como resultado del contacto con otras lenguas, y aunque es importante valorar y conservar el propio acervo lingüístico, a veces también lo es tomar cierta distancia para entender que la incorporación de extranjerismos no siempre es un crimen. Gracias a ellos contamos en español con palabras como iceberg, aljibe, paipái y té.
La traducción, mucho más ubicua de lo que se percibe a ojos vistas, ha influido en la evolución y ampliación léxica de la lengua china, especialmente en dos momentos históricos. El primero coincidió con la llegada de las escrituras budistas a partir del s. I y, sobre todo, durante las dinastías Sui (581-618) y Tang (618-907). El segundo se gestó en torno a los intentos modernizadores impulsados hacia finales de la dinastía Qing (1644-1911).
A rebufo de la Restauración Meiji en Japón, en las últimas décadas del s. XIX la intelectualidad china comenzó a mirar a Occidente en busca de referentes que indujeran la renovación y modernización nacional. En esta época, a medida que al viejo imperio llegaban obras literarias y tratados de ciencia y filosofía occidentales (al principio, con parada intermedia en Japón), los grandes traductores chinos repararon en que su lengua (y más concretamente, la lengua clásica o wenyan 文言) se les quedaba corta para expresar conceptos e ideas contenidos en los textos originales.
El resurgir de la traducción, que prácticamente se había interrumpido durante más de un siglo, desde la expulsión de los misioneros extranjeros en 1723 hasta la Primera Guerra del Opio (1839-1842), propició una revolución de las ideas, en tanto que materializó la entrada en China de nuevas formas literarias y nociones científicas aún por explorar en el país asiático. Al mismo tiempo, desafió los límites del propio lenguaje y actuó como catalizador de una reforma lingüística que, en parte, acabó moldeando la lengua china tal y como la conocemos y estudiamos hoy en día.

En esta época, finales del s. XIX y principios del XX, se acuñaron muchos neologismos que hoy son moneda de uso común, como 社会 (sociedad), 现实 (realidad), 经济 (economía) o 政治 (política). Además se produjeron cambios gramaticales por contacto, dicen algunos expertos, con las lenguas europeas. Por ejemplo, se amplió el uso de algunos morfemas, como el plural 们, se introdujo el pronombre personal de tercera persona femenino 她 y se incrementó el uso de las formas pasivas, hasta el punto de que hay quien ha llegado a hablar de un chino europeizado (欧化文). Otros investigadores, mientras tanto, rebajan el peso de esta influencia y destacan que, sencillamente, se normalizaron en la mayoría de los casos elementos ya presentes en la lengua. Sara Rovira lo explica en Lengua y escritura chinas: Mitos y realidades, una magnífica obra de referencia para quien desee aprender y ahondar sobre el chino.
Polémicas aparte, lo cierto es que la traducción enfrenta las diferencias lingüísticas como ninguna otra actividad humana y, al hacerlo, expande los límites del lenguaje y refresca su ADN con nuevos códigos.